Metro a las 9 de la mañana. Los asientos de plástico se convierten en pepitas de oro. Lleno de caras de sueño, y de sueños. Miradas abstraídas, como si ese fuera el único momento del día que es para uno mismo. Trayecto efímero, pero casi tan eterno como un viaje de ida y vuelta a la Luna. Detrás de cada pantalla y cada libro, una historia. Qué paradoja que lugares tan increíbles, en los que se gestan miles de historias que se escriben sobre la marcha, pasan desapercibidos para los ojos poco observadores.
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